El quinto planeta era muy curioso. Era el m·s pequeÒo de
todos, pues apenas cabÌan en Èl un farol y el farolero
que lo habitaba. El principito no lograba explicarse para quÈ
servirÌan allÌ, en el cielo, en un planeta sin casas y
sin poblaciÛn un farol y un farolero. Sin embargo, se dijo a
sÌ mismo:
"Este hombre, quiz·s, es absurdo. Sin embargo, es menos absurdo
que el rey, el vanidoso, el hombre de negocios y el bebedor. Su
trabajo, al menos, tiene sentido. Cuando enciende su farol, es igual
que si hiciera nacer una estrella m·s o una flor y cuando lo
apaga hace dormir a la flor o a la estrella. Es una ocupaciÛn
muy bonita y por ser bonita es verdaderamente útil".
Cuando llegÛ al planeta saludÛ respetuosamente al
farolero:
-°Buenos dÌas! øPor quÈ acabas de apagar tu
farol?
-Es la consigna -respondiÛ el farolero-. °Buenos
dÌas!
-øY quÈ es la consigna?
-Apagar mi farol. °Buenas noches! Y encendiÛ el farol.
-øY por quÈ acabas de volver a encenderlo?
-Es la consigna.
-No lo comprendo -dijo el principito.
-No hay nada que comprender -dijo el farolero-. La consigna es la
consigna. °Buenos dÌas!
Y apagÛ su farol.
Luego se enjugÛ la frente con un paÒuelo de cuadros
rojos.
-Mi trabajo es algo terrible. En otros tiempos era razonable; apagaba
el farol por la maÒana y lo encendÌa por la tarde.
TenÌa el resto del dÌa para reposar y el resto de la
noche para dormir.
-øY luego cambiaron la consigna?
-Ese es el drama, que la consigna no ha cambiado -dijo el farolero-.
El planeta gira cada vez m·s de prisa de aÒo en
aÒo y la consigna sigue siendo la misma.
-øY entonces? -dijo el principito.
-Como el planeta da ahora una vuelta completa cada minuto, yo no
tengo un segundo de reposo. Enciendo y apago una vez por minuto.
-°Eso es raro! °Los dÌas sÛlo duran en tu
tierra un minuto!
-Esto no tiene nada de divertido -dijo el farolero-. Hace ya un mes
que tú y yo estamos hablando.
-øUn mes?
-SÌ, treinta minutos. °Treinta dÌas! °Buenas
noches!
Y volviÛ a encender su farol.
El principito lo mirÛ y le gustÛ este farolero que tan
fielmente cumplÌa la consigna. RecordÛ las puestas de
sol que en otro tiempo iba a buscar arrastrando su silla. Quiso
ayudarle a su amigo.
-øSabes? Yo conozco un medio para que descanses cuando
quieras...
-Yo quiero descansar siempre -dijo el farolero.
Se puede ser a la vez fiel y perezoso.
El principito prosiguiÛ:
-Tu planeta es tan pequeÒo que puedes darle la vuelta en tres
zancadas. No tienes que hacer m·s que caminar muy lentamente
para quedar siempre al sol. Cuando quieras descansar,
caminar·s... y el dÌa durar· tanto tiempo cuanto
quieras.
-Con eso no adelanto gran cosa -dijo el farolero-, lo que a mÌ
me gusta en la vida es dormir.
-No es una suerte -dijo el principito.
-No, no es una suerte -replicÛ el farolero-. °Buenos
dÌas!
Y apagÛ su farol.
Mientras el principito proseguÌa su viaje, se iba diciendo
para sÌ: "Este serÌa despreciado por los otros, por el
rey, por el vanidoso, por el bebedor, por el hombre de negocios. Y,
sin embargo, es el único que no me parece ridÌculo,
quiz·s porque se ocupa de otra cosa y no de sÌ mismo .
LanzÛ un suspiro de pena y continuÛ
diciÈndose:
"Es el único de quien pude haberme hecho amigo. Pero su planeta es
demasiado pequeÒo y no hay lugar para dos... "
Lo que el principito no se atrevÌa a confesarse, era que la
causa por la cual lamentaba no quedarse en este bendito planeta se
debÌa a las mil cuatrocientas cuarenta puestas de sol que
podrÌa disfrutar cada veinticuatro horas.
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